
EL SALVADOR (20 de junio de 2017)
El papeleo largo y tedioso de la frontera sirvió para que la lluvia desapareciera, así que El Salvador me recibió con un tímido sol y a pesar de que el asfalto no está en perfectas condiciones se puede avanzar a un ritmo constante, decidiendo tomar la ruta del litoral que discurre paralela a la costa del pacífico atravesando numerosos túneles, puentes y acantilados desde donde se puede observar a los surfistas cabalgando sobre las tremendas olas que en esta zona se forman.
Subo por la capital, no por la ruta más directa, sino por la que habían recomendado unos amigos, menos transitada y con numerosas curvas entre la frondosa vegetación, donde me estaban esperando los amigos del Club Rebeldes, que, aunque ya no tienen Club House, no dudan en acogerme en la casa de su presidente, Jorge, y su hijo, Iván.
Son una gran familia, y como tal me han tratado, dándome alojamiento y deliciosa comida, revisándome la moto en su taller e incluso fuimos a jugar un partidillo de fútbol con sus amigos, y es que el club tiene ya una antigüedad de 16 años, siendo muy conocido en toda la ciudad pues realizan numerosas obras benéficas para los más necesitados.
El día de la despedida me despierta un terremoto de 6,9 grados, pero la cosa no pasó a mayores y sirvió para levantarme temprano pues quedaba un largo camino hasta Honduras, pero antes Jorge me guía en mi salida de la ciudad, pues, aunque no he notado inseguridad alguna, es mejor evitar algún que otro barrio, pero en todos los días que he estado en el país y en la ciudad solo me he encontrado con gente amable y simpática, la verdad.