Iguazú – ARGENTINA (27 enero 2018)
Llego a la gasolinera de Puerto Esperanza y aguardo a que Jorge llegue, como habíamos acordado; tras las presentaciones y ponernos un tanto al día nos vamos a comer su casa, donde su mujer había preparado unas pizzas que devoro mientras charlamos de motos. Jorge, ‘Clarinete’, es miembro del Club Jinetes del Viento, del que también lo es Javi, al que conocí en Bariloche unas semanas atrás, en el evento de BIKERS MC y me comentó que cuando estuviera por Iguazú, a casi 4.000 kms de distancia, me pusiera en contacto con Jorge, y así lo hice.
A su vez él me puso en contacto con Mario, que vive en Puerto Iguazú, y así estar más cerca de las cataratas, por lo que el sábado a la tarde ya estaba instalado en la pieza que Mario me cedió, cenando esa noche todos juntos en la acera de su casa, como se estila por aquí, y es que todos los vecinos se conocen, saludan y se paran a charlar tranquilamente unos con otros.
El domingo, Jorge me lleva de turismo por la ciudad y alrededores, comenzando por el Hito de las Tres Fronteras desde donde se puede ver Argentina, Brasil y Paraguay, ya que es donde confluyen los ríos Iguazú y Paraná, actuando de frontera natural entre las tres naciones. Luego rodamos por la frondosa Selva Misionera, pasando por algunos pueblos indígenas que se han adaptado, a su manera, a la cultura occidental; finalmente fuimos a la minas de Wanda donde se obtienen las tan famosas piedras semi-preciosas, siendo la más valiosas las amatistas, cuanto más violetas, más puras. Nos comenta el guía que la zona sufrió distintas coladas de lava proveniente del centro de la tierra. Cuando se enfrió la lava, los globos de gas quedaron aprisionados y formaron el basalto, que es la roca madre que da origen a la formación de piedras preciosas de la región.
Pero la anécdota del día sucede cuando estábamos parados en el cruce para entrar al pueblo de Jorge y de repente pasan dos motos, una BMW y una Africa Twin de las nuevas, nos miramos … y salta la ‘chispa’, parando 50 metros más adelante pues iban fuerte. Se quitan el casco y resulta que eran Denis y Faby, dos chicos alemanes que conocí en un hostel en Mongolia, hace más de un año y medio; no nos habíamos visto desde entonces, y las casualidades de la ruta nos ha llevado a encontrarnos más de 80.000 kms después y en otro continente. Al final acabamos comiendo unas ricas empanadas todos juntos en casa de Jorge, y brindando con unas cervezas bien frías por el reencuentro.
Como también se alojaban en Iguazú, me volví con ellos, circulando a una velocidad más alta de la que estoy acostumbrado a viajar, aunque por suerte no nos ‘cazó’ el radar que estaba camuflado en uno de los costados de la carretera, o quizás tenga una ‘foto’ de la policía argentina cuando llegue a España.
Durante un par de noches hemos estado cenando juntos, poniéndonos al día de nuestros respectivos viajes y contándonos anécdotas que nos han ocurrido en todo este tiempo. No nos pusimos de acuerdo en si volveríamos a empezar el viaje con las mismas motos, pero en lo que sí coincidimos fue en que dos años son demasiados para viajar de continuo.
Como punto final de mi recorrido por Argentina dejo a las Cataratas de Iguazú … todo lo que se pueda decir es poco, pues por algo son una de las maravillas del mundo … más de 2 billones de litros por minuto caen en estos impresionantes saltos descubiertos por Álvaro Núñez hace 500 años gracias al estruendo que escuchaban por la noche mientras buscaban entre la selva un paso para llegar al río Paraná.
Espectaculares todas y cada una de las cascadas que se pueden divisar desde el lado argentino, en especial, la denominada Garganta del Diablo, donde te puedes quedar horas observando la caída de tal cantidad de agua, sintiéndote muy muy diminuto ante tal majestuosidad de la naturaleza.
En el Parque hay que tener cuidado con los ladrones, pero no con los que te roban la cartera, sino con los que te roban la comida, y es que, mientras me preparaba un par de sandwiches, estaba más pendiente de que los manatíes no husmearan en la bolsa, cuando de repente un mono agarró uno de mis ‘bocatas’ y se lo subió al árbol, donde se lo zampó mientras me miraba, incluso me pareció que se estaba riendo de mí, al igual que los niños que estaban alrededor y observaron la rápida maniobra.