ALASKA – 22 de octubre de 2016
Tras 1500 kms por Canadá de frío, lluvia, viento, barro y sal en la carreta (eso sí, con buen asfalto), una noche en un hostel en Prince George que daba un poco de ‘yuyu’, (aunque tenían ‘sopa’, por llamarla de algún modo, que me vino de perlas para recuperar el calor corporal), por fin he llegado a Alaska, … quién me lo iba a decir hace un año, cuando ni siquiera me imaginaba esta aventura.
No ha sido fácil llegar, pero ninguna de las vicisitudes pasadas importan cuando tras cada curva de la carretera se escapa de mi boca un ‘ohhh’, y es que los paisajes son impresionantes: Ríos que bajan salvajes, bosque de abetos que abarcan hasta el infinito, montañas escarpadas con nieve en sus crestas y cascadas en sus laderas, …
Llegué de noche a Hyder, pues una de las gasolineras estaba cerrada y la siguiente estaba a mucha distancia, así que tuve que volverme a la anterior, lo que hizo que perdiera un tiempo valioso.
Indicar que Hyder pertenece a Alaska (USA), es un pueblecito que está justo en la frontera con Canadá, pero no hay nadie por el lado estadounidense que controle la entrada, sólo cruzas y ya está. Son las 19.00 horas de un sábado y en el pueblo (que en invierno sólo tiene 50 habitantes) está todo cerrado, incluidos los dos moteles que tenía controlados, así que me vuelvo para Canadá al pueblo anterior, Stewart, también cercano a la frontera. Del lado canadiense sí hay puesto fronterizo, aunque sólo te piden el pasaporte y tras cuatro preguntas, (incluida la típica de si llevas arma de fuego), te dejan pasar.
Este pueblo es algo más grande (unos 400 habitantes) y tras unas cuantas vueltas, encuentro hotel, aunque a un precio que hace que la bombilla interior de mi presupuesto se ilumine con luz roja. La recepción está cerrada pero se puede inscribir en el bar de la parte de atrás del hotel, que resulta ser un bar de motoristas, ya tenemos la noche del sábado echada, je!