Montevideo – URUGUAY (1 marzo 2018)
Aprovecho las últimas horas en Valizas yendo un ratito a la playa por la mañana para, después de comer, salir con rumbo a Punta del Este por la ruta 10, que discurre paralela a la costa, mucho menos concurrida y más entretenida pues vas viendo las lindas playas de esta zona de Uruguay; encontrándome a otro motorista local que me hace señas para que me pare. Hemos estado charlando un rato y compartiendo unos cuantos kilómetros y alguna que otra cerveza en la gasolinera antes de despedirnos.
Al llegar a Punta del Este me encuentro una ciudad muy moderna y cuidada, con una luz especial, se nota que aquí hay ‘plata’. En la playa más céntrica encuentro otra enorme mano que emerge de la arena, como la del desierto de Atacama, en Chile, en el otro lado del subcontinente, aunque en esta ocasión sólo son los dedos los que se ven, representando entre ambas el abrazo de Dios a Sudamérica.
Los precios de los alojamientos son caros por aquí, así que decido alejarme unos kms de la ciudad, encontrando un hostel para motociclistas “Dulcinea”, que aunque no es barato, unos 20 dólares, por una noche me lo puedo permitir, además la pareja que lo regenta son muy amables y atentos y he podido disfrutar de las playas cercanas donde las familias aprovechan los últimos coletazos del verano antes de que los chiquillos comiencen sus clases.
El siguiente paso es visitar a los L.A.M.A. de Las Piedras, en Montevideo, pues Mariela, una de sus componentes, ha estado muy pendiente de mí en todo mi periplo Uruguayo, poniéndome en contacto con diferentes nuevos amigos que me han alojado en su casa. Allí me he encontrado una gran familia que se ha volcado conmigo, cediéndome su sede para dormir, organizando cenas, comidas y desayunos todos juntos, mostrándome la capital del país y ayudándome con el cambio de neumático delantero y sus correspondientes rodamientos.
El neumático tiene su historia propia pues lo compré en Chile cuando íbamos camino de Ushuaia ya que pensaba que el que llevaba montado no iba a aguantar el ripio argentino. Así que primero se lo cargó Pedro en su Motomel y cuando éste se vino para España, lo transporté en la ya pesada africota, rodando con él a cuestas durante casi 10.000 kms más.