Buenos Aires – ARGENTINA (5 marzo 2018)
Cruzo el Río de la Plata en ferry desde Colonia hasta Buenos Aires. En la cola, la africota parece la ‘oveja negra’, seré yo quien esté equivocado? … El coste del ferry es de unos 80 dólares, algo elevado, pero la otra opción es dar una vuelta de casi 500 kms, tardando un día entero, tiempo que no tengo, pues al día siguiente tengo que entregar bastante temprano la moto en el aeropuerto para enviarla a Africa.
Al llegar a CABA (Ciudad Autónoma Buenos Aires) y nada más bajarme del ferry y pasar la aduana, con el seguro para Mercosud en situación de impago, me estaba esperando Manuel, otro motoviajero local que conocía de un grupo de whatsapp, ayudándome a salir del atasco a la salida del puerto, y tras charlar un buen rato de viajes y motos, me hizo la foto de rigor en la puerta del estadio de River.
De allí, cruzar la ciudad, quedándome sorprendido de los atascos que se forman en los peajes de la autopista que atraviesa la ciudad; tal es la cantidad de cabinas, con unas colas enormes de coches, que cuando la gente se desespera y empiezan todos a pitar, se forma tal algarabía que las cabinas se abren y dejan pasar a todos para descongestionar el tráfico. Guillermo, otro a migo de un amigo, me había ofrecido alojamiento, pero preferí la opción de Javi, del Club Jinetes del Viento, al que había conocido meses atrás en Bariloche. Me estaba esperando en Ezeiza, cerca del aeropuerto donde tengo que enviar la moto, en el bar de la plaza donde nos tomamos unas cervecitas bien frías para celebrar el reencuentro y hacer hora para que llegara Hernán, otro amante de las motos, en especial de las Guzzi, que me acogerá en su casa, donde ofrece alojamiento a muchos de los viajeros que pasan por la ciudad, cenando pizzas caseras, ayudando en la elaboración de la masa.
Al día siguiente, y con algo de resaca, me levanté muy temprano para preparar la moto para el envío por avión, pues hay que vaciar casi por completo el tanque de gasolina, quitar la pantalla y dejar sólo los objetos relacionados con ella (casco, chaqueta, botas, herramientas o repuestos), es decir, la ropa que no sea de moto, o las cosas de camping no pueden viajar con la moto. Yo pensaba que era por si había algo de tierra y pudiera contaminar otro continente, pero no, posteriormente me enteré que el motivo es porque la exportación es sólo para la moto, así que si no está relacionado con ella, no puede viajar en el paquete.
En fin, me tocó reorganizar maletas, metiendo el saco de dormir y la tienda como equipaje de mano, eso sí, las varillas y la ropa de ‘civil’ fueron con la moto y, tras un rato de sufrimiento, pues no me dejarían recuperarlas, finalmente la moto pasó por el escaner y coló.
El resto del día lo aproveché para turistear por el ‘microcentro’, al que llegué en uno de los buses de Hernán, visitando la Casa Rosada, el Obelisco, echando una siestecita en uno de los numerosos parques de la ciudad y caminando tranquilamente por sus calles peatonales, despidiéndome melancólicamente de Argentina y de toda América.
Pero aún me quedaba otro día por ‘acá’ y Javi me sacó a pasear por el ‘barrio’, muy diferente del centro. Primero fuimos a pasar la ITV de la camioneta de su ‘laburo’; las pruebas son parecidas a las de España, aunque sin la de emisión de ruidos y gases. Tras un café, nos fuimos a visitar a ‘El Vikingo’, un tío muy peculiar, con una casa decorada de manera extravagante con multitud de calaveras y recuerdos de amigos que han pasado por allí, destacando el trono de hierro que tiene en la puerta de su casa, fabricado con piezas de motos. El tipo ha sido actor de varias películas y series del ‘Cine Bruto’ argentino de los 90, basadas casi en su vida real, mostrando la dureza de las calles bonaerenses.
Ahora sí, llegó la hora de la despedida americana, pasando una buena noche en casa de Hernán, con Javi y otros miembros de su club, pero como nos dijimos al despedirnos, no es un ‘adiós’, sino un ‘hasta luego’.
