Paso Roballos, CHILE – ARGENTINA (21 dic 2017)
Este es uno de esos ‘posts’ que no me gustaría escribir, pues Pedro, uno de los integrantes del ‘trío calavera’ que nos dirigimos a Ushuaia, ha tenido un feo accidente en el ripio.
Antes de empezar a rodar ya tuvimos el primer contratiempo pues a la africota le sentó mal el frío y el agua de los Andes y hubo que arrancarla con unas pinzas que nos prestaron.
Tras visitar las Catedrales de Mármol en compañía de unos chicos israelitas en una lancha que hacía ‘aguas’ por todos lados con una fría lluvia e intenso viento que bajaba directamente del glaciar, bocata de jamón (York, que aquí es imposible encontrar del serrano, y si lo hay, está a un precio muy muy caro) y queso en la puerta del supermercado, iniciamos la jornada para cruzar a Argentina, primero bordeando el lago. Con la lluvia como acompañante, no paramos a echar fotos, pero en nuestra retina se quedará para siempre el azul turquesa de sus aguas.
Calados hasta los huesos y con más de 200 kms de ripio y barro, y calculando los litros de gasolina que nos quedaban, decidimos no desviarnos al pueblo más cercano antes de la frontera y así ahorrar casi una hora de camino y enfilar directamente hasta el control fronterizo. El cruce, en lugar de hacerlo por el paso más sencillo, elegimos hacerlo por el Paso Roballos pues nos habían dicho que ambos eran de ripio y por el Roballos se adelantaba camino para enlazar con la Ruta 40 argentina. Y acertamos, pues a pesar de que el piso no es muy bueno, las vistas increíbles con profundos desfiladeros sobre los que discurren ríos con aguas rápidas y montañas puntiagudas, dignas de aparecer en cualquier película de Drácula.
El paso fronterizo es muy muy tranquilo ya que está muy poco transitado, debiendo rellenar todos los papeles a mano pues aquí no llega ningún tipo de comunicación electrónica. Únicamente hemos visto a una pareja de alemanes que viajan en furgoneta alquilada y con los que hemos coincidido en ambos controles.
Una vez en el lado argentino, el paisaje se vuelve aún más agreste y espectacular, pero también cambia el ripio, más suelto y con grava aún más gorda. Vamos agarrando confianza y nos venimos arriba, con varios sustos cada uno, pero sin que la cosa fuese a mayores.
A una de las ‘motomel’ se le sale la cadena y como mi ritmo era más lento, decido tirar mientras ellos reparan la moto. Alcanzo a la furgoneta de los alemanes y nos adelantamos varias veces pero de buen ‘rollito’, bajo un poco el ritmo y por fin aparece el Pi, me adelanta a buena velocidad pero Pedro no le sigue, le hago señas al Pi, paramos a esperar y tras un rato sin que se vea ni siquiera el polvo, el Pi se vuelve a buscarlo … se me hacen interminables esos minutos que estoy allí parado en soledad en medio de la nada más absoluta, así que también regreso a buscarlos.
Tras varios kms me encuentro la imagen que no quería … Pedro dentro del coche de los israelitas de la mañana que lo estaban curando (una del grupo era médico) de magulladuras en el hombro y en la rodilla y por otro lado, la moto, en bastante mal estado, estaba siendo reparada por el Pi, enderezando la llanta a base de hacer contrapeso. Según me contó Pedro, a una velocidad considerable en un cambio de rasante, la moto empezó a hacer extraños, entrando en una zona de grava profunda fuera de la rodada, con la consiguiente pérdida de control, saliendo despedido.
Llevábamos más de 300 kms de ripio ese día y cuando apenas nos quedaban 30 kms para alcanzar el asfalto, ocurrió el accidente. Pedro, muy dolorido y con la incredulidad de los israelitas al ver que se montaba de nuevo a la moto, pudo llegar a duras penas hasta el primer asentamiento donde parecía haber algo de vida, Bajo Caracoles, para descansar e intentar reparar la moto al día siguiente.