Uyuni (Bolivia) – Calama (Chile) por el paso de Ollagüe (26 nov 2017)

Unos 420 kms de los cuales, los primeros 220 son de carretera bastante rota, tierra y arena, con sólo 1 gasolinera, algo preocupante teniendo en cuenta que sin bomba de gasolina mi autonomía se reduce a un par de cientos.

Me levanto temprano y tras un desayuno en el hostal, inicio ruta. Los primeros 90 kms hasta San Cristóbal me sorprenden gratamente pues me esperaba que el piso estuviera bastante peor, además, allí encuentro una gasolinera y tras negociar el precio del combustible, como siempre en Bolivia, sólo consigo que me lo bajen hasta 7 bolivianos, lleno el tanque, la garrafa extra y una botella de plástico de 3 litros, creo que voy preparado!

Continúo 60 kms hasta Alota, con carretera en decente estado. En este pueblito, que parece fantasma, me habían dicho que en algunas casas venden gasolina; dos intentos y nada, pues las puertas están cerradas con candados, lo que significa que no hay nadie en su interior, pero una niña, que estaba jugando en mitad de la calle bajo un sol que ya picaba bastante, me indica que “allá, en la puerta azul, también venden”, pero al llegar, la señora me dice que se les ha acabado y que no hay más en todo el pueblo.

No hay más remedio que seguir hasta la frontera, otros 90 kms, ahora el terreno se complica, en especial en el Valle de las Rocas, debido a las rodadas y a la arena suelta y casi me voy al suelo en una curva, pero por suerte la africota se portó noblemente y sólo quedó en un «uy,uy,uy,uy». Impresionante paraje al renombré como el ‘Cementerio de Piedras’. El camino continúa, entre volcanes que esta vez sí me dejan observarlos en su plenitud con un cielo increíblemente azul, incluso el volcán Ollagüe me saluda con señales de humo.

En la frontera boliviana, trámites muy rápidos, en apenas 15 minutos estábamos (moto y yo) despachados, en cambio, en la parte chilena todo se demora bastante más pues es domingo y hay un mercado justo en ‘tierra de nadie’ por lo que hay mucha gente entrando al país con numerosas bolsas, todas religiosamente registradas en la Aduana, registro del que tampoco me salvé, ya que me explicaron que no se puede pasar fruta, hortalizas o madera para evitar contagios.

Una vez cruzado, me quedan 200 kms de puro desierto y salares hasta Calama por lo que mi objetivo era encontrar gasolina antes, en el pequeño pueblito fronterizo de Ollagüe. Me indican una casa donde la venden, pregunto y me dicen que ‘es en la casa abajo’; tras un buen rato esperando a que respondieran mi llamada a la puerta, vuelvo a llamar, pero esta vez por la ventana y aparece una señora que me indica que el litro está 1.500 pesos chilenos (unos 2 euros), el doble del precio normal en Chile, pero no me queda otro remedio, así que acepto pero sólo admiten moneda chilena, que no tengo.

“Allí puedes cambiar”, dice la señora señalando unas casitas a lo lejos. “Dónde?” “Allá, en la tienda”. Voy con la moto, cruzando las vías del tren y llego a una pequeña tiendita de ultramarinos y pregunto “Es aquí donde cambian moneda?” “Sí, a 90”.

Ya con moneda local, vuelvo a por la gasolina y la señora me dice que pase por el callejón de detrás con la moto. Se abre una puerta y sale un San Bernardo enorme y dentro hay un señor llenando una garrafa de gasolina desde un bidón, por fin!

Desde allí hasta Calama, 200 kms de impecable asfalto atravesando desiertos, salares y sorteando volcanes, mis ojos contemplan paisajes desolados que parecen de otro planeta, además, el viento es muy fuerte en contra, con tramos en los que la moto no anda a más de 60 km/h.

No había comido nada desde el desayuno y al cruzar frontera, el reloj del móvil se ha tragado 2 horas, así que en medio de la nada me paro a comer la lata de atún reservada para las emergencias con un ‘chusco’ de pan que agarré del desayuno. Ya con el estómago lleno, consigo llegar a Calama con la reserva de la gasolina casi agotada, en quinta marcha y a ‘puntita’ de gas.